miércoles, 9 de abril de 2008

Tenemos que hablar

La reclusión nunca fue buena. En ningún momento de la vida, en ningún momento de la historia. Simplemente, el hombre es un animal social.
Sé que muchas veces se dice (incluso yo lo he dicho por acá abajo) que uno disfruta de la soledad. También es verdad: pero nunca al extremo. Uno puede replegarse en sí mismo para lo que necesite. Para encontrarse, para estar en paz, para pasar el rato, para descansar... Pero tarde o temprano no puede dejar de caer en esa especie de depresión hermitaña que trae el no tener a nadie con quien compartir.
Hay varios motivos, sin embargo, por los que uno se recluye. Uno de ellos, quizá el más común, es la tristeza. Si uno está triste, busca siempre excusas para quedarse solo, empezando así un círculo vicioso que es muy difícil de evitar después. Uno se pone triste, se encierra, y se aisla, casi estúpidamente diría yo. ¿Acaso no es mejor palear la tristeza con amigos, pareja, amantes o lo que sea, a hacerlo solitariamente en una habitación? Uno encuentra la risa con la gente que quiere, casi siempre. Y si no, es mucho más fácil llorar en un hombro conocido que con los ojos al aire. Uno puede estar buscando compasión, entendimiento, complicidad. Y eso siempre lo da la gente que uno quiere.
Si me guardo, si no hablo, si no expongo mi tristeza, ésta va a ir en aumento, comiéndose las cosas buenas que sí tenemos.
No entiendo esa gente que pone música triste cuando se siente así. Sería mucho más efectivo poner Photograph de Ringo que Dark Side of the Moon de Floyd. Esa cosa pseudo-masoquista que tiene le gente de estar mal y escuchar, leer o mirar cosas que lo ponen peor nunca me pareció saludable. Está muy bien leer que a Borges le parece que "ya no tiene magia el mundo, te han dejado", pero no me parece que sea una lectura aconsejable para cuando uno acaba de romper con su pareja.
Uno debería tratar de encontrar otras caras a estas situaciones de la reclusión. Uno no puede encerrarse para evitar que la gente que se quiere acercar a él se salpique con su bajón. Al contrario, uno debería tratar de abrirse al mundo, tratando de buscar una respuesta, o una solución a esto que le está pasando. Uno debería aprender a apoyarse en esa gente que está cuando nos reímos de todo, para poder pasar el rato en que nada nos causa gracia.
Uno suele ponerse de mal humor cuando se recluye, porque cree que su reclusión no tiene salida, o que el motivo que lo lleva a recluirse no tiene salida. Pero no, la solución está ahí, al alcance de la mano. Es sólo un llamado, o ni siquiera.
Es sólo dejar que el otro entre.

Después de todo, el mundo puede vivir sin nosotros, pero nosotros no sin el mundo.

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