lunes, 7 de enero de 2008

El fin de las aceitunas negras

Lo mejor que tienen las reuniones de amigos, no es ni la picada, ni el asado, ni el vino, ni nada de eso. Nosotros no nos reunimos para comer, ni nos reunimos para saciar ningún otro apetito que el intelectual. La gastronomía queda supedita al ansia por saber. Un café no se toma... un café se comparte. Es excusa de charla, de aguante, de psicología barata. Lo mismo pasa con la picada o el asado entre amigos. No importa qué se coma, si no por qué y con quién se coma.
El sábado pasado nos volvimos a reunir (como si no nos viéramos nunca... je) con los chicos de la secundaria. Y fue así. Fue por el hecho de que queríamos estar. Ni más ni menos. Había picada, es cierto, y los seis que estábamos (siempre hay alguno que no puede llegar) nos reunimos en torno de los salamines, el queso y las aceitunas, lo admito. Pero no importaba comer. Daba lo mismo que hubiera pizza, o sandwiches de miga. Porque el amigo comparte, así hubiera sólo un mísero pan árabe para comer. La razón para estar ahí era saber cómo estaban los demás.
Y así, entre rodajas de panes y fetas de embutidos, la charla pasa por todos los tópicos: no hace falta que sea un tema importante; la importancia, la relevancia de un tema es algo que va saliendo con el andar de la charla, con el correr del frasco de aceitunas hacia su inexorable fin.
Entonces, el que uno de nosotros no haya tomado una cerveza en la cena (a pesar de ser un hábito casi religioso) para agradarle a alguien del sexo opuesto, es el puntapié para analizar el cambio. Y analizarlo en todos sus aspectos.
El cambio por el simple hecho de cambiar no está bien visto. El cambio contra las creencias propias (o ajenas, muchas veces) tampoco. Y sin embargo ¿Por qué cambiar?. Y ahí se disparara otra charlar. Y esa dispara una nueva.
Y cada charla cierra su ciclo con un nuevo chiste, con una nueva burla. Pero está bien, y está permitido. Así es el procedimiento de nuestras reuniones (no digo de mi grupo de amigos, aunque es una buena especie de sinécdoque). Todos nos sabemos capaces de burlar, y todos merecemos ser burlados.
No importan los temas, ya lo dije. Hasta el sonido de un recital visto hace un tiempo puede ser presa para estos leones pseudo-filósofos en los que nos convertimos cuando hablamos.
Porque el aperitivo es ese: hablar. Pero no hablar gratis. Cada palabra que se pronuncia encuentra un eco que la ratifica o la rectifica. Y cada eco cachetea la charla hacia una buena y nueva dirección.
Y así, con las aceitunas bajando, y los quesos acompañando panes y bondiolas, los temas se analizan, se escurren, se seccionan... y hasta se les practican autopsias, cuando las charlas, por un nuevo golpe de alguno, nos lleva al mismo punto de partida: "Che... ¿en serio tomaste nada más que gaseosa?".
Es así, así fue desde que recuerdo. Y así será siempre. Aún cuando no tengamos más aceitunas negras...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Doctor J.D.Nasio, Psicoanalista Argentino dijo:

La amistad nace y se instala poco a poco sin que nos demos cuenta. Un día, estamos sorprendidos de descubrir con alegría que el otro se convirtió en nuestro amigo. Una amistad se instaló en nuestra vida como un estado permanente. El amigo está ahí, como una presencia invisible, siempre disponbile, listo para responder al más insignificante de nuestros llamados. La verdadera amistad es siempre una relación larga, durable, que pudo superar los invevitables alejamientos, las crisis y los conflictos de la existencia.

Un amigo auténtico representa esa parte silenciosa de nuestra realidad y nos da la tácita seguridad de no estar solos, la convicción íntima de pertenecer a un grupo. El mejor don que podemos esperar de un amigo es simplemente que exista, e incluso si lo olvidamos, saberlo cerca, tengamos o no necesidad de él.

Panito dijo...

Muchas gracias Dr!