miércoles, 22 de abril de 2009

Los sueños sueños son...

Luego de cabalgar miles de leguas, de enfrentar vientos huracanados, diluvios universales y calores desérticos. Luego de sufrir la falta de agua y de comida cuando no se podía cazar o pescar algo. Luego de casi desfallecer bajo el peso inerte de la armadura de duro metal que lo protegía de los ataques enemigos, el Príncipe por fin arribó al castillo. Sabía que, en la última habitación del piso más alto de la torre más alta (como siempre en estos casos) estaba encerrada su princesa. Esa con la que había soñado y se había enamorado al instante.
El príncipe desmontó y dejó su corcel pastando cerca de la puerta del castillo, listo para la retirada triunfal.
El olor a azufre, brasas y metal oxidado que lo invadió al flanquear la puerta lo hizo lagrimear al tiempo que arrugaba la nariz.
Cruzando el patio, que otrora serviría como patio de armas, con la vista atenta y fija en el caballero, se encontraba el dragón que (obviamente) custodiaba a la princesa.
La lucha fue intensa, interminable. Pero el príncipe, fija su obsesión en el rescate de la princesa, venció al fin.
Sólo le quedaba, luego de degollar al dragón, los 1267 escalones de la torre, y se reuniría con su princesa amada.
Tardó mucho tiempo en subir, a pesar de haberse deshecho del peso de la armadura, por demás innecesaria tras la muerte del dragón.
Al llegar al último piso, se acercó a la puerta de la habitación de su princesa. El corazón latía desesperado en su pecho, como si fuera a cansarlo más la sola visión de esa hermosa mujer que toda la travesía hecha para verla.
Abrió la puerta lentamente. La princesa (por supuesto) dormía plácidamente en un lecho que al caballero se le antojó demasiado lujoso para la habitación de una cautiva. Sin embargo, no se amedrentó. Descubrió el mosquitero de tul blanco y la belleza con la que había soñado quedó relegada a la belleza angelical de la princesa en persona. El aire alrededor de ella olía a rosas, y no a pelo chamuscado como todo el resto del castillo.
El príncipe se tomó un momento en silencio para admirarla. Sabía a flor de piel que todo su viaje, sus batallas, las inclemencias vividas, habían rendido su fruto.
Lentamente, saboreando el momento previo, se inclinó sobre el rostro blanco y puro de la princesa. Y la besó en la roja boca, como el destino lo había querido.
Ella despertó de sus sueños, y medio dormida aún, vio el rostro cansado pero feliz de su príncipe que había venido a rescatarla.
Terminó de abrir los ojos, y todavía estudiando a ese recio caballero que sonreía delante de ella, habló:

- ¿Quién eres?

- Soy tu príncipe, hermosa princesa. He cruzado el país entero en busca de tus ojos cristalinos, de tu boca de rosa salvaje, de tu piel de cielo despejado. He venido, como lo han querido los Dioses ha rescatarte...

- ¿Qué hora es? - Interrumpió casi violentamente la princesa

- Es temprano de mañana. No quise demorar este momento, y cabalgué toda la noche a buen tranco para llegar a tí y...

- Temprano de mañana - Pareció sopesar la información la princesa - Bien. Dime, entonces, fiel caballero ¿Quién carajos te dio permiso para levantarme a la madrugada? Soy princesa, me cago en vos. Dejame dormir ¡Querés? O vos te pensás que estar así de linda, así de luminosa, con esta Piel de cielo como decís que tengo se logra durmiendo tres horas... Será de Dios... Andate y cerrá la puerta ¿querés? Y que no me joda nadie hasta pasado el medio día...

El caballero ocultó su bronca y su decepción. Salió de la habitación, y comenzó a bajar las escaleras.
La princesa durmió plácidamente hasta que despertó sola.
Y no supo más nada del caballero

2 comentarios:

Pecosa dijo...

Claro, hombre, pobre princesa. Seguro que el dragón lo había domesticado ella y lo puso ahí para que nadie vaya a tocarle los huevos. Qué pesados que son los príncipes, se creen que por serlo pueden hacer lo que quieran. Caraduras.

Panito dijo...

Bienvenida de nuevo Pecosa.
A ver, no es a lo que iba el relato, pero bueno, supongo que sí hay princesas así dando vueltas.
Por suerte, mi princesa no es así... Aunque tampoco puedo llamarme principe.
Gracias por pasar