viernes, 5 de diciembre de 2008

Pulsión

Encerrado en su cuarto, en lo más alto de su torre de naipes, el monstruo de cien dientes está sentado, inmóvil, esperando que la vida lo atraviese. Sentado en una roca antigua, casi tanto como él, observa por la ventana de su prisión los campos de estatuas allá abajo. Parece hipnotizado, o cansado quizá.
El tiempo fue pasando de a poco, y no hizo nada por detenerse. Así las cosas, el monstruo no se mueve desde hace años.
Las moscas en su rostro parecen no molestarle. Sólo está ahí, quieto, como una gárgola que (a veces) respira.
Repite para sí el mismo verso que solía decir cuando todavía no era un monstruo. Cuando sus ojos destellaban vida, y sus manos no tenían esos cortes. El verso es lo único que mantiene al monstruo vivo. De olvidárselo, inmediatamente se convertiría en piedra, como si una medusa invisible estuviera agazapada en la oscuridad de su alma.
Las paredes frías y mohosas de su cuarto-prisión parecen cada vez más lejanas. El cuarto le parece enorme; ya no necesita mucho espacio. Le alcanza con su piedra gris.
El sol es lo único que le marca al monstruo el paso de los días. La rutina empieza siendo fastidiosa, y termina por ser necesaria. Pero tampoco es algo que le importe mucho. A una estatua no le importa el calor del día o el frío de la noche.
El verso sigue repitiéndose en su cabeza, pero ya no lo asimila. Incluso las declaraciones de amor van perdiendo sentido si se repiten hasta el hartazgo. Ya son sólo palabras, y pronto no serán ni eso. El verso pronto será un sonido más del mundo. Y es ahí cuando el monstruo dejará de ser tal para ser una piedra más, igual a la que ahora le sirve de apoyo.
Está al tanto de que, de vez en vez, alguien abre la puerta, se acerca a él, y lo mira. Sabe que años atrás hubiera podido saltarle al cuello y escapar. Sin embargo, ahora es distinto. La inmovilidad es ahora parte de sí. Sin embargo, tal vez debiera olvidarse del verso... Quizá sea su única salvación.

El día que se olvide, y sea completamente piedra, lo llevarán con las demás estatuas allá abajo.
Y ahí dejará de ser monstruo. Y de sufrir

1 comentario:

Kadysha dijo...

Te zarpás en buenos cuentos... ojalá nunca nunca se olvide el verso porque a veces es mejor sufrir que ser una estatua como las demás, allá abajo y ser una más del montón...
Amé a tu monstruo... me fascinó la historia. Cuando sos groso sos groso!