I
Ese día había llovido más que de costumbre. Mientras caminaba sola por una calle vacía, Miranda rezongaba contra ella misma por no haber llevado el paraguas desde la mañana. Sin embargo, no hubiera servido de mucho (y ella lo sabía), ya que el viento se lo habría volado, y de todas formas se habría mojado.
Pero Miranda rezongaba. Era la mejor manera de sacarse la bronca, y el miedo. Apretada contra su abultado pecho, su cartera parecía latir dos veces más rápido que su propio corazón. El rimmel que había usado la noche anterior (ese que tanto le gustaba porque dejaba en evidencia sus hermosos ojos verdes) estaba ahora deslizándose mejillas abajo dejando surcos en un rostro nervioso.
Había sido inevitable. Ella, la mejor puta de todas, se había cansado al fin. Todos tenemos un límite: algunos explotan, otros implotan. Algunos tienen la necesidad de llorar, otros, de romper cosas.
Miranda (nombre de guerra sacado de vaya uno a saber qué película) había optado por la última opción. Maceró sus miedos y sus penas durante el coito. Y al final, rompió...
Él ahora estaba tirado en la cama, y no lo encontrarían hasta un par de días después, donde sería noticia en todos los suplementos policiales del país. La sangre debería estar enfriándose ya.
Sin embargo, Miranda seguía caminando como si nada. Rezongando por no haber llevado paraguas que la protegiera. Como nunca la habían protegido.
II
Había días en los que a Julián le gsutaba pintar cuadros desde la terraza de su casa. En esos días, el poder de la pintura se apoderaba de él. Hoy es uno de esos días. Julían es un buen pintor, a pesar de pintar con crayones. El suele llamar a sus obras con nombres tontos, casi infantiles. Pero la de hoy es una verdadera obra maestra. Pinta rápido, con trazos seguros, como si estuviera realmente poseído. Lentamente, veo que en el lienzo, hace unos minutos en blanco, se empieza a dibujar la ciudad, tal cual se ve desde la terraza de Julián. Si no me equivoco, es la primera vez que no pinta algo abstracto. Sin embargo, lo raro es que la pintura está tomada desde un punto de vista situado detrás de Julián. Es más, está dibujando ahora su atril, y como una mamushka, el mismo dibujo reproducido en miniatura. Dibuja su espalda, pero deja su rostro para el final, como si todavía no supiera qué expresión tiene.
Ahora, lentamente, está dibujando una sombra. No es SU sombra, como podría pensarse. Es una sombra de alguien que está detrás de él. Es MI sombra. Recién ahora noto el peso del martillo en mi mano, a medida que Julián lo pinta en color negro en su lienzo.
Por fin, Julián dibuja su rostro. Tiene la cabeza mirando hacia atrás. Contemplo la exactitud con la que dibuja su propio miedo, su propio terror y su propia sorpresa. Es una lástima que la pintura se salpique segundos después del golpe del martillo.
III
El rey se siente solo. Todos sus cortesanos se han ido, paulatinamente, de su reino. Su ejercito salió hace años ya, a una guerra inútil por una cuestión de centavos. Por eso ahora, en su inmenso palacio, el rey se siente solo.
Recorre todos los días sus infinitas habitaciones, se pone sus mejores ropas, toma en sus mejores copas. Da fiestas para nadie, se pelea con su sombra. Discute con sus miles de espejos que le devuelven la imagen de un rey que no es ni la mitad del rey que era. Claro, ahora está solo.
De haberlo sabido antes, su reinado hubiera sido diferente. Pero su orgullo lo llevó a la soberbia, y la soberbia devino en crueldad. Y eso lo convirtió en un déspota ineludible.
Por eso, su reino se fue vaciando frente a sus ojos. Ya sin su ejército, hasta su guardia personal lo abandonó. Luego sus sirvientes, sus lacayos. Sus esclavos fueron liberados por los cortesanos. Y su pueblo se cansó de cansarse y se fue a otro reino.
Y ahora el rey se siente solo. Y un rey solo es un rey de nada.
IV
El logro más grande de los sabios de nuestra era, es que lograron reinventar la felicidad.
Nuestro pueblo la había olvidado. Y, generación tras generación, los padres le inculcaron a sus hijos la cultura de la tristeza. Por lo tanto, tras la muerte del último hombre feliz, hace 335 años ya, el pueblo olvidó las risas, el gobierno abolió los chistes, la iglesia consideró como pecado capital la risa, y los abogados se volvieron inmensamente más ricos.
Pero ahora, los sabios y los científicos descubrieron la forma para hacer feliz nuevamente a la gente.
Por supuesto, sólo los que son inmensamente ricos pueden acceder a esto. Los pobres vamos a seguir estando tristes. Hasta que la alegría ya no valga nada.
Y ahí, la alegría no va a ser tan interesante.
V
El día menos pensado, el mundo explotó a la mierda.
Y no hubo nadie que nos avisara.
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