Hace calor aquí, y me falta el aire. Es como tener una bolsa de plástico en la cabeza. Las paredes parecen venirse una vez más contra mí, pero esta vez no voy a reaccionar. Si quieren aplastarme, lo van a hacer sin encontrar resistencia. No quiero que vuelvan a entrar como la última vez; prefiero la puerta cerrada, como ahora.
La luz es demasiado brillante, pero todavía puedo divisar la sombras que se ven por la única ventana del cuarto. Esa ventana que es un rectángulo muy chico, casi una línea. Debo estar en alguna especie de sótano, porque por las sombras detrás del vidrio de la ventana-línea, sólo veo pies.
Escucho los pasos afuera. Detrás de mi puerta hay alguien. Tengo miedo, mucho miedo. No quiero que me vuelvan a ver. Entraron dos veces, y fue suficiente. La primera vez, sin motivos, vinieron y sacaron la pelota de tenis con la que pasaba el tiempo haciéndola rebotar contra las paredes, y a veces hasta hablando. La segunda, fue la vez que las paredes por primera vez empezaron a venir contra mí y yo, maniatado como estoy, sólo pude correr contra ellas y empujarlas a los golpes con mis hombros.
No quiero que entren más. Tengo mucho miedo.
Estoy solo, aunque tengo alguien conmigo. No lo ven, porque lo escondo cuando vienene. Y puedo hablar, pero sin los labios.
Camino por el cuarto como un león enjaulado: voy de un lado a otro mirando siempre la puerta. En cuanto se abra, sé que estoy molido a palos una vez más. En cuanto se abra, voy a tener que saltar, presa del miedo, contra quien entre.
Veo más sombras por la ventana-línea. ¿Hace cuánto estoy acá? Puede ser un mes, pueden ser seis... puede ser más de un año. Lo primero que me sacaron es el reloj. Ahora, sé si es día o noche por la luz de la ventana. Veo muchas sombras, y eso me da más miedo. Aunque, en realidad, debería llamarlo terror, ya que no sé a qué le temo. Pueden ser pies, parecen pies. ¿Quién era el que había escrito de un tipo en una caverna que sólo veía sombras de cosas monstruosas? Ya no recuerdo mucho: puede ser Platón, pero también puede ser Freud, o el verdulero de la esquina.
Me siento, me recuesto contra la pared contraria a la puerta, para no perderla de vista. Escucho más pasos del otro lado, más voces. Las luces son demasiado brillantes, y el calor me asfixia. Pero no quiero que la abran. El aire será suficiente por ahora. Y si no lo es, prefiero morir. Ya no tengo más nada, a excepción del miedo. Y sólo con el miedo no creo que pueda seguir mucho más.
Escucho ruidos. Ya no sólo afuera. Hay ruidos adentro, pero no sé si están en el cuarto o en mi cabeza. Mi cabeza muchas veces me juega chistes que no termino de entender. Como esa vez que trato de romperse contra las paredes. Por suerte, las paredes son acolchadas.
Tengo miedo. Ahora, algo o alguien me habla. Escucho el ruido de la puerta, y me paro de un salto. Pero no. El ruido no era acá.
Tengo mucho miedo. Ya no hay sombras afuera, pero detrás de la puerta escucho ruidos de llaves.
Al abrirse la puerta no tengo tiempo de pensar. Si bien trato de avalanzarme con todas mis fuerzas, el golpe es mucho más fuerte que yo.
Ahora estoy tranquilo. Ya no tengo miedo. Ya no tengo nada.
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