El hombre no era más que una sombra. Rara vez hacía ruidos, casi no se oían sus pasos, y su respiración era muy leve. Su sobretodo negro y su sombrero al tono no hacían más que reafirmar los dicho : El hombre era una sombra.
Su vida había sido siempre la misma, desde que tenía memoria. La luz no llegaba a tocarlo, y temía que si alguna vez algo lo iluminaba, cayera muerto en ese mismo instante.
Sin embargo, desde su opacidad veía a la gente luminosa y la estudiaba. No envidiaba sus luces, sino simplemente estudiaba su forma de actuar, de moverse, de hablar.
Pocas veces se había sentido tentado de ponerse en contacto con alguien "luminoso". Pero había desistido a esa idea casi en el mismo momento en que afloró en su mente: si alguien luminoso lo percibía, seguramente moriría atravesado por un haz de luz. Entonces los estudiaba. Analizaba cada acto con la meticulosidad de alguien que está fuera de todo. Nadie estaba más lejos que él mismo de su objeto de estudio. El hombre-sombra se sabía condenado a permanecer sin ser visto, sin que los luminosos lo noten. Pero, por otro lado, esto lo dejaba bastante tranquilo: Después de años de estudio, de miles de horas observándolos, y de millones de notas mentales con respecto a la idionsincracia de la luz, el hombre-sombra los conocía lo suficiente como para saber que era mejor ser distinto. Que la luz sólo resalta su belleza cuando una sombra la limita. Que todo lo que resplandece en la vida, tiene un interior en sombras.
El hombre no era más que una sombra, simplemente, porque ser sombra es todo lo que puede pedir un hombre. Y la luz algún día se dará cuenta de eso
2 comentarios:
Amo ser sombra entre un montón de luces poco originales ^^
Boloooooooooooo.. sin palabras, cuando sos groso sos groso...
Toda mi vida fui una sombra, Kady. Este post cae por decantación!
Igual, es como vos decís. Las sombras suelen ser todas distintas, y la luz, por más colores que tenga, sigue siendo sólo luz en estos casos.
Salud!
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