viernes, 29 de agosto de 2008

Inmobilus

Gira... corre de un lado al otro. Se golpea.
El tiempo es rápido, pero él lo es más. Parpadea, aplaude transpira.
Emite ruidos guturales. Esos ruidos primitivos, antiquísimos, salvajes.
Se tapa los oídos, se desgarra la piel con las manos. Se gasta las uñas en los brazos. Se fulmina.

La habitación no logra contenerlo. Él, testigo silencioso de los juegos absurdos de un Dios cansado de saberlo todo, se conforma simplemente con moverse así, como ahora, con toda la velocidad que le permitan sus miembros.

Mira su sombra: fiel contorno reflejado de ausencia de luz. Sabe que no es de allí, él pertence a otro lado. Sin embargo, las paredes (y su propia piel) le hacen ver lo contrario: en este momento, en este preciso instante, él está aquí, tan aquí como su sangre, salpicada en el piso y las paredes.

Nubla los ojos, se debate. Siente cómo los pelos de la nuca se levantan, cómo se le eriza la piel. Siente el frío temblor de sus muslos, y el sudor producto de sus movimientos.

Llora.

Irremediablemente, su destino es moverse. Y permanecer en el mismo lugar

2 comentarios:

Kadysha dijo...

Si hay algo que admiro es un buen final y un relato que dice todo pero no esclarece nada...
Excelente.. me encantó Panitón... a veces como que... funcas a mil eh? :P
En serio.. muy groso

Panito dijo...

Grazie! Me ruboriza...