Los chicos siempre juegan a ser grandes. Los juegos, los simulacros, los desvaríos... siempre son copiando alguna actividad de un mayor. Si están jugando al fútbol, los chicos fantasean a ser un jugador de primera, jugando la final del mundo, y siempre saliendo campeón. Si son nenas, no cabe más que fijarnos cómo son tratadas las muñecas: las nenas juegan a ser mamás.
Recuerdo cuando era chico y jugaba a que mi bicicleta era una moto. Recuerdo andar con amigos y girar 180° como lo hacían Ponch y Baker en "CHiPs". También me acuerdo cuando caía la noche y ya no podía estar con amigos, jugar a ser chofer de un auto, o un colectivo... o ser piloto de TC. Era lo mismo, siempre trataba de copiar a los mayores.
La fantasía nos transportaba en el tiempo, porque soñar es fácil, y uno siempre sueña ideales. Por lo menos en los juegos.
El otro día, hace un par nomás, estaba caminando por la calle y vi a un hombre, mayor que yo incluso, vestido con camiseta de fútbol, pantalón corto de fútbol, medias fútbol hasta bien arriba, y el botinero en la mano. Y me puse a pensar: eso es lo secular de la vida, de grande tratamos de jugar a que somos chicos. Y no nos molesta vestirnos ridículos, o como si fuéramos profesionales. A casi todos ya se nos pasó la hora de ir a probarnos a algún club para ser profesionales en el fútbol. Y sin embargo, nos vestimos como si fuéramos a entrar al Maracaná a jugar la final de la libertadores. O vamos a correr en Kartings, o lo que sea. Es la fantasía de, por lo menos por esa hora, jugar a que somos chicos jugando a ser grandes. Y volvemos a escaparnos de esa manera de esta realidad que nos rodea, y fantaseamos que volvemos a esos tiempos en que lo único que importaba era hacer el análisis sintáctico de las oraciones que nos habían dado de tarea lo más rápido posible para poder salir a jugar.
Hoy las preocupaciones son otras. Pero los juegos son parecidos.
Me gusta eso de poder jugar como un nene, sin miedo a ensuciarme, o a rasparme las rodillas, o a parecer un loco. Ya no pongo cucharitas de helado en las ruedas de mi bici para que haga "ruido a motor". Pero, sin embargo, la próxima vez que me suba, seguramente "patearé" el arranque, y me voy a creer que soy Baker una vez más.
Y sí, jugando al fútbol, mañana voy a salir y dar un nuevo Maracanazo.
lunes, 28 de enero de 2008
jueves, 24 de enero de 2008
Niveles
En mi oficina alguien nombró a alguien de apellido Celedón:
Yo dije: "tiene nombre de uno de los amigos de Sócrates que tratan de hacer que se escape de la cárcel! Fedón, Critón, Celedón..."
Nadie lo entendió.
Otro dijo: "Tiene nombre de placa de Pc"
Se rieron todos...
Creo que soy un poco diferente...
¿O será que Playboy no nombra a Sócrates?
Yo dije: "tiene nombre de uno de los amigos de Sócrates que tratan de hacer que se escape de la cárcel! Fedón, Critón, Celedón..."
Nadie lo entendió.
Otro dijo: "Tiene nombre de placa de Pc"
Se rieron todos...
Creo que soy un poco diferente...
¿O será que Playboy no nombra a Sócrates?
miércoles, 23 de enero de 2008
Oasis
Hay mucha gente que dice que escribir es una actividad solitaria. O bien estás solitario y escribís, o bien escribís, y eso te hace solitario.
Discrepo rotundamente con esa visión casi común de la escritura. Es muy distinto estar solo a estar solitario.
Yo siempre que escribo, lo hago porque en ese (este) momento, recuerdo, rememoro, evoco. Y eso no me hace solitario, por más solo que esté en mi habitación.
Y entonces, traigo a la mente lugares, personas, colores, olores... No puedo más que sentirme acompañado. La noche, por ejemplo, es un "lugar" en donde mucha gente se siente sola. Yo, sin embargo, trato de no sentir así, recordando. Grabando cosas en la mente, volcando cosas en el papel. Por eso es mucho más fácil escribir de noche. No sólo la serenidad, el silencio y la oscuridad son buenas musas. El recuerdo, el anhelo, el sentirme cerca de alguien por más lejos que esté, hace que la soledad no me haga sentir solitario.
Entonces, me siento delante del monitor (antes lo hacía delante de una hoja... debería volver a las bases alguna que otra vez) y me largo a escribir. La mayoría de las cosas nunca llegan a nada. Y mueren en un simple acto de borrar la línea (en eso sí es más cómoda la PC, siempre odié el Liquid Paper). Pero muchas quedan en algún lugar, sólo por que me gustan. Sólo, porque me hacen sentir menos solo.
La escritura no es un acto solitario, señores, es mucho más un acto acompañado que algo intimista. No escribo para mí, escribo para que otro lo lea. Escribo porque otro me llevo a volcar unas palabras. Escribo porque así me siento un poco más acompañado.
Escribo solo, sólo porque así no estoy en soledad.
Discrepo rotundamente con esa visión casi común de la escritura. Es muy distinto estar solo a estar solitario.
Yo siempre que escribo, lo hago porque en ese (este) momento, recuerdo, rememoro, evoco. Y eso no me hace solitario, por más solo que esté en mi habitación.
Y entonces, traigo a la mente lugares, personas, colores, olores... No puedo más que sentirme acompañado. La noche, por ejemplo, es un "lugar" en donde mucha gente se siente sola. Yo, sin embargo, trato de no sentir así, recordando. Grabando cosas en la mente, volcando cosas en el papel. Por eso es mucho más fácil escribir de noche. No sólo la serenidad, el silencio y la oscuridad son buenas musas. El recuerdo, el anhelo, el sentirme cerca de alguien por más lejos que esté, hace que la soledad no me haga sentir solitario.
Entonces, me siento delante del monitor (antes lo hacía delante de una hoja... debería volver a las bases alguna que otra vez) y me largo a escribir. La mayoría de las cosas nunca llegan a nada. Y mueren en un simple acto de borrar la línea (en eso sí es más cómoda la PC, siempre odié el Liquid Paper). Pero muchas quedan en algún lugar, sólo por que me gustan. Sólo, porque me hacen sentir menos solo.
La escritura no es un acto solitario, señores, es mucho más un acto acompañado que algo intimista. No escribo para mí, escribo para que otro lo lea. Escribo porque otro me llevo a volcar unas palabras. Escribo porque así me siento un poco más acompañado.
Escribo solo, sólo porque así no estoy en soledad.
Sólo para entendidos
Viendo el blog de Miss Mezzo (algo que me sorprendió gratamente), encontré un posteo intitulado "Chistontos". El primero, me hizo reír, pero debe ser por esa cosa de geek que tengo (seguramente, heredada de mi hermana). Ahí va:
"Era un cantante tan calante, que si se desmayaba, en lugar de volver en sí, volvía en la sostenido"
Está bien!!!!
"Era un cantante tan calante, que si se desmayaba, en lugar de volver en sí, volvía en la sostenido"
Está bien!!!!
lunes, 21 de enero de 2008
Imposibilidad
Hay veces en las que ni siquiera el inmenso mar puede apagar al sol. Otras, en que ni siquiera el sol puede acabar con la noche.
Miles de veces vemos el viento tratando de apagar el fuego. Miles de veces, el fuego no calma el frío.
Muchas veces la inercia no se rompe, y es difícil frenar... o arrancar!
Hoy me veo imposibilitado. Maniatado ante la situación. Estoy tan cerca, pero tan lejos a la vez...
Tengo ganas de llorar, y no puedo. Tengo ganas de gritar, y me quedo hablando en susurros. Estiro la mano, pero sólo encuentro oscuridad. La misma oscuridad que grita ausencia.
Quisiera sacudir el mundo, y sin embargo, soy demasiado débil...
Algún día llegaré a ser todo... hoy, soy simplemente una nada lejana...
Miles de veces vemos el viento tratando de apagar el fuego. Miles de veces, el fuego no calma el frío.
Muchas veces la inercia no se rompe, y es difícil frenar... o arrancar!
Hoy me veo imposibilitado. Maniatado ante la situación. Estoy tan cerca, pero tan lejos a la vez...
Tengo ganas de llorar, y no puedo. Tengo ganas de gritar, y me quedo hablando en susurros. Estiro la mano, pero sólo encuentro oscuridad. La misma oscuridad que grita ausencia.
Quisiera sacudir el mundo, y sin embargo, soy demasiado débil...
Algún día llegaré a ser todo... hoy, soy simplemente una nada lejana...
martes, 15 de enero de 2008
Siete preguntas para antes de dormir
A veces, cuando el bloque de escritor (sigo con mis delirios de grandeza) no me dejan volcar nada para estos lados, le pido a Palla que me sugiera algún título, como para usar de disparador y así poder, más o menos, cerrar una idea.
Ésta vez, para mi grata sorpresa, el título vino acompañado de un lindo escrito. Paso a copypastearlo, para después hacer un par de observaciones propias:
"Aunque parezca un instante perdido en medio de la oscuridad, y nadie lo tenga en cuenta como un momento realmente contable en el reloj, esa fracción de segundo que transcurre entre la antesala del sueño y el sueño propiamente dicho, es el recinto perfecto para sacar afuera esas preguntas que sólo nos atrevemos a hacer en voz baja.
Cuando estamos por dormir, somos como el boxeador cuando suena la campana: nos sacan el banquito y a enfrentar lo que venga en nuestra más estricta soledad.
Estaba en eso, empezando a caminar por ese pasillo de anestesia dulce que es el sueño, cuando empece a preguntarme por las cosas básicas que se pregunta una persona antes de dormir:
¿Cerré el gas?
Sí....cerré la llave de gas.
¿Cerré las ventanas?
Sí...cerré las ventanas, por más que llueva no hay peligro.
¿Cerré la puerta con llave?
Sí....la cerré, ningun extraño va a entrar.
¿Comió el perro?
Si...comió...hasta comió de mi plato.
Después de ese repaso fundamental, me asalta una pregunta un poco mas pretenciosa.
¿Fui fiel a mi misma?
Y la respuesta no llega tan ligera como en las preguntas anteriores.
Uno cree (o quiere creer) que durante el día actuó dentro de las reglas sociales. Respetó los semáforos, pagó sus impuestos, se comportó fiscalmente bien y cumplió con los que esperaban algo de nosotros.
Pero, a veces, para mantener ciertas cosas dentro de su cauce, se corre el riesgo de ser infiel.
Y ser infiel no siempre tiene que ver con engañar a alguien. La peor infidelidad es la que se comete a uno mismo.
Repaso el día, y creo que me mantuve fiel a mí misma.
¿Amé realmente hoy?
A veces, amar se puede volver un acto peligrosamente mecánico.
Saberse seguro del amor que tienen los otros hacia nosotros puede volverse un acto mecánico.
Y lo más peligroso de todo esto es que, dentro de ese mecanismo, se empieza a perder el amor.
Sí, me enojé. Tuve reacciones menos buenas (no malas) o menos comprensibles pero, tengo la completa certeza de que amé en cada instante, en cada mínima célula a ese ser que elegí y que elijo cada día, porque cada vez que miro sus ojos me encuentro.
Sí, ame realmente hoy.
¿Que pasaría si hoy fuese para siempre hoy?
Y ahí ya no sé qué responderme...porque uno suele actuar como si el tiempo se amoldase a uno.
Nos peleamos como si tuviesemos la eternidad para pensar.
Nos agotamos en idioteces, como si mañana no llegase nunca.
Perdonamos o no, como si bastase sólo eso para que los demas sigan viviendo.
Y a veces, corremos el riesgo de creer que podemos tener el control.
Y la vida, suele ser un poco mas que eso...
Pero para entonces, ya me dormí."
Entonces, después de leerlo, releerlo, digerirlo y tenerlo bien estudiado, me digo que seguramente, con cambios más o cambios menos, las cuatro primeras preguntas son las mismas para casi todos nosotros. Por ahí no son las ventanas, y sí es la alarma del auto, pero estamos todos más o menos en la misma superficialidad.
Ahora, de ahí en adelante, la cosa está muy bien... y se pone interesante.
"¿Fui fiel a mí mismo?": Creo que fue Dalmiro Sáenz el que dijo que, para ser fiel, debe existir la posibilidad de una infedelidad. Es muy fácil ser fiel cuando uno no tiene oportunidades de engañar. Eso, en el ámbito de una relación, es mucho más fácil de demostrar. La fidelidad se pone a prueba cuando existe alguien más que trata de seducirnos. Pero, en este caso, la fidelidad, me parece, está puesta a prueba por nuestra pareja. Uno siempre está seguro de la fidelidad para con alguien más.
La cosa se pone un poco más profunda cuando la posibilidad que existe de ser infiel es con uno mismo. Cuando uno "cede" a algo que va contra sus creencias, contra sus principios, o contra su forma de ver las cosas, uno se tranforma en infiel a sí mismo. Se puede ser fiel a uno mismo, pero es mucho más complicado, porque no hay una segunda persona que nos haga ver lo bueno que tenemos. Sólo estamos nosotros, jueces y partes de un juicio interno, cruel, íntimo.
Si uno se es infiel... es mucho más difícil perdonarse después. Uno queda preso de esa infedelidad y subsiste luego con su propio dedo apuntándose acusadoramente... uno no escapa de sí mismo, es lo maravilloso de pensar.
"¿Amé realmente hoy?": acá es mucho más simple la respuesta, porque es una respuesta de "Sí o no". Debería ser, siempre, "Sí". La noche en que, al acostarnos, sabemos que no amamos ese día, ya no amamos más. El amor perecedero, el amor que ya no es, el desamor, es un sentimiento tan fuerte como el amor liso y llano. Se ama, o no se ama. Así de simple. Si uno, como dice Palla, tiene reacciones "menos buenas" o menos comprensibles, aún está amando. Si uno no ama, le dan lo mismo las acciones hechas. Y discrepo con Palla en una cosa: amar no es encontrarse en los ojos del otro, sino que el otro se encuentre en los nuestros. Y cuando los dos nos encontramos al mirarnos, sabemos que vale la pena seguir amando.
"¿Qué pasaría si hoy fuese para siempre hoy?": Acá, la respuesta depende de cómo hayan sido las respuestas anteriores. Sería insoportable vivir un día eterno sin amar o sin ser fiel a uno mismo.
Ahora, si las dos respuestas anteriores fueron "Sí, me fui fiel" y "Sí, amé hoy"... quizá, no esté tan mal después de todo revivir este día.
Pero, de ser un día eterno... tendría que levantarme de nuevo a ver si cerré la llave del gas.
Ésta vez, para mi grata sorpresa, el título vino acompañado de un lindo escrito. Paso a copypastearlo, para después hacer un par de observaciones propias:
"Aunque parezca un instante perdido en medio de la oscuridad, y nadie lo tenga en cuenta como un momento realmente contable en el reloj, esa fracción de segundo que transcurre entre la antesala del sueño y el sueño propiamente dicho, es el recinto perfecto para sacar afuera esas preguntas que sólo nos atrevemos a hacer en voz baja.
Cuando estamos por dormir, somos como el boxeador cuando suena la campana: nos sacan el banquito y a enfrentar lo que venga en nuestra más estricta soledad.
Estaba en eso, empezando a caminar por ese pasillo de anestesia dulce que es el sueño, cuando empece a preguntarme por las cosas básicas que se pregunta una persona antes de dormir:
¿Cerré el gas?
Sí....cerré la llave de gas.
¿Cerré las ventanas?
Sí...cerré las ventanas, por más que llueva no hay peligro.
¿Cerré la puerta con llave?
Sí....la cerré, ningun extraño va a entrar.
¿Comió el perro?
Si...comió...hasta comió de mi plato.
Después de ese repaso fundamental, me asalta una pregunta un poco mas pretenciosa.
¿Fui fiel a mi misma?
Y la respuesta no llega tan ligera como en las preguntas anteriores.
Uno cree (o quiere creer) que durante el día actuó dentro de las reglas sociales. Respetó los semáforos, pagó sus impuestos, se comportó fiscalmente bien y cumplió con los que esperaban algo de nosotros.
Pero, a veces, para mantener ciertas cosas dentro de su cauce, se corre el riesgo de ser infiel.
Y ser infiel no siempre tiene que ver con engañar a alguien. La peor infidelidad es la que se comete a uno mismo.
Repaso el día, y creo que me mantuve fiel a mí misma.
¿Amé realmente hoy?
A veces, amar se puede volver un acto peligrosamente mecánico.
Saberse seguro del amor que tienen los otros hacia nosotros puede volverse un acto mecánico.
Y lo más peligroso de todo esto es que, dentro de ese mecanismo, se empieza a perder el amor.
Sí, me enojé. Tuve reacciones menos buenas (no malas) o menos comprensibles pero, tengo la completa certeza de que amé en cada instante, en cada mínima célula a ese ser que elegí y que elijo cada día, porque cada vez que miro sus ojos me encuentro.
Sí, ame realmente hoy.
¿Que pasaría si hoy fuese para siempre hoy?
Y ahí ya no sé qué responderme...porque uno suele actuar como si el tiempo se amoldase a uno.
Nos peleamos como si tuviesemos la eternidad para pensar.
Nos agotamos en idioteces, como si mañana no llegase nunca.
Perdonamos o no, como si bastase sólo eso para que los demas sigan viviendo.
Y a veces, corremos el riesgo de creer que podemos tener el control.
Y la vida, suele ser un poco mas que eso...
Pero para entonces, ya me dormí."
Entonces, después de leerlo, releerlo, digerirlo y tenerlo bien estudiado, me digo que seguramente, con cambios más o cambios menos, las cuatro primeras preguntas son las mismas para casi todos nosotros. Por ahí no son las ventanas, y sí es la alarma del auto, pero estamos todos más o menos en la misma superficialidad.
Ahora, de ahí en adelante, la cosa está muy bien... y se pone interesante.
"¿Fui fiel a mí mismo?": Creo que fue Dalmiro Sáenz el que dijo que, para ser fiel, debe existir la posibilidad de una infedelidad. Es muy fácil ser fiel cuando uno no tiene oportunidades de engañar. Eso, en el ámbito de una relación, es mucho más fácil de demostrar. La fidelidad se pone a prueba cuando existe alguien más que trata de seducirnos. Pero, en este caso, la fidelidad, me parece, está puesta a prueba por nuestra pareja. Uno siempre está seguro de la fidelidad para con alguien más.
La cosa se pone un poco más profunda cuando la posibilidad que existe de ser infiel es con uno mismo. Cuando uno "cede" a algo que va contra sus creencias, contra sus principios, o contra su forma de ver las cosas, uno se tranforma en infiel a sí mismo. Se puede ser fiel a uno mismo, pero es mucho más complicado, porque no hay una segunda persona que nos haga ver lo bueno que tenemos. Sólo estamos nosotros, jueces y partes de un juicio interno, cruel, íntimo.
Si uno se es infiel... es mucho más difícil perdonarse después. Uno queda preso de esa infedelidad y subsiste luego con su propio dedo apuntándose acusadoramente... uno no escapa de sí mismo, es lo maravilloso de pensar.
"¿Amé realmente hoy?": acá es mucho más simple la respuesta, porque es una respuesta de "Sí o no". Debería ser, siempre, "Sí". La noche en que, al acostarnos, sabemos que no amamos ese día, ya no amamos más. El amor perecedero, el amor que ya no es, el desamor, es un sentimiento tan fuerte como el amor liso y llano. Se ama, o no se ama. Así de simple. Si uno, como dice Palla, tiene reacciones "menos buenas" o menos comprensibles, aún está amando. Si uno no ama, le dan lo mismo las acciones hechas. Y discrepo con Palla en una cosa: amar no es encontrarse en los ojos del otro, sino que el otro se encuentre en los nuestros. Y cuando los dos nos encontramos al mirarnos, sabemos que vale la pena seguir amando.
"¿Qué pasaría si hoy fuese para siempre hoy?": Acá, la respuesta depende de cómo hayan sido las respuestas anteriores. Sería insoportable vivir un día eterno sin amar o sin ser fiel a uno mismo.
Ahora, si las dos respuestas anteriores fueron "Sí, me fui fiel" y "Sí, amé hoy"... quizá, no esté tan mal después de todo revivir este día.
Pero, de ser un día eterno... tendría que levantarme de nuevo a ver si cerré la llave del gas.
jueves, 10 de enero de 2008
Quattordici
¿Qué seria de tu felicidad, radiante astro, si no tuvieras aquellos para los que brillas?
Friedrich Nietzsche
Friedrich Nietzsche
La alegría de los primeros días se va perdiendo con el correr del tiempo. Uno no puede estar alegre todo el tiempo, porque tampoco es muy sano. Uno corre el riesgo de ser tomado por idiota.
Como si fuera agua entre los dedos, la alegría de los primeros momentos fue dejando paso a algo mucho más perfecto, mucho más emocionante.
Jerome Salinger dijo que la diferencia entre la alegría y la felicidad, es que la primera es un líquido, mientras que la segunda es un sólido. Es una imagen muy precisa. La alegría se nos evapora de un momento a otro: por la mañana podemos estar muy alegres, y por la tarde ya no. Sin embargo, el sólido, la felicidad, nos queda siempre. Aunque suene extraño, podemos estar felices, y no alegres.
Podemos ser felices sin estar con una sonrisa en el rostro. Podemos ser felices aún llorando. La felicidad pasa por otros lados además de por los gestos.
Puedo estar enojado, pero no por eso dejar de ser feliz. Puedo estar pensativo, y seguir sientiéndome muy dichoso.
Puedo ser muchas cosas que no aperenten felicidad, pero sin embargo, estoy completamente feliz.
La felicidad, decía, no pasa sólo por los gestos. La felicidad trae aparejada una cosmovisión completamente distinta, uno ve cada cosa con otros ojos. Toma la vida con otra poesía.
Los problemas imposibles siempre tienen una pequeña esperanza de solución. Las discusiones son mucho menos graves, y pueden arreglarse en una charla más tranquila después. Los abrazos son mejor bienvenidos, y las palabras son más suaves en nuestros oídos. La felicidad no deja lugar a dudas. La felicidad nos completa... y nos trae muchas más veces alegrías.
Éste tiempo, éstos últimos catorce meses (los primeros desde nuestra era, amor), son los meses en que más feliz me he sentido. Y sin embargo, muchas veces me vieron como si no estuviera alegre.
Ese estado de solidez emocional en el que me (paradójicamente) sumergí desde hace un año y dos meses, es un estado que no había expermientado con ésta plenitud. Es simplemente, saberme en el terreno sólido de la felicidad.
Puedo estar riendo, puedo estar llorando; puedo estar enojado con el mundo, o peleado conmigo mismo: pero no dejo de estar feliz por eso.
Dicen que sólo puede ser feliz quien posee lo que quiere, y (también) quien sabe, por sobre todas las cosas, amar. En mi caso, estas dos consignas se unen en una sola persona. Porque sí, porque es lo que siempre quise, y porque es con quien realmente aprendí lo que es amar.
Hoy, en esta especie de sub-aniversario, además de estar feliz, estoy alegre. Sé que hoy va a ser un día en el que nada me puede hacer sentir mal.
Simplemente, voy a tener que repetir el ritual de todos los días: dentro de seis horas, cuando me despierte, voy a abrir los ojos y dar gracias porque estás conmigo mi amor.
Felices (y alegres) 14 meses juntos!
lunes, 7 de enero de 2008
El fin de las aceitunas negras
Lo mejor que tienen las reuniones de amigos, no es ni la picada, ni el asado, ni el vino, ni nada de eso. Nosotros no nos reunimos para comer, ni nos reunimos para saciar ningún otro apetito que el intelectual. La gastronomía queda supedita al ansia por saber. Un café no se toma... un café se comparte. Es excusa de charla, de aguante, de psicología barata. Lo mismo pasa con la picada o el asado entre amigos. No importa qué se coma, si no por qué y con quién se coma.
El sábado pasado nos volvimos a reunir (como si no nos viéramos nunca... je) con los chicos de la secundaria. Y fue así. Fue por el hecho de que queríamos estar. Ni más ni menos. Había picada, es cierto, y los seis que estábamos (siempre hay alguno que no puede llegar) nos reunimos en torno de los salamines, el queso y las aceitunas, lo admito. Pero no importaba comer. Daba lo mismo que hubiera pizza, o sandwiches de miga. Porque el amigo comparte, así hubiera sólo un mísero pan árabe para comer. La razón para estar ahí era saber cómo estaban los demás.
Y así, entre rodajas de panes y fetas de embutidos, la charla pasa por todos los tópicos: no hace falta que sea un tema importante; la importancia, la relevancia de un tema es algo que va saliendo con el andar de la charla, con el correr del frasco de aceitunas hacia su inexorable fin.
Entonces, el que uno de nosotros no haya tomado una cerveza en la cena (a pesar de ser un hábito casi religioso) para agradarle a alguien del sexo opuesto, es el puntapié para analizar el cambio. Y analizarlo en todos sus aspectos.
El cambio por el simple hecho de cambiar no está bien visto. El cambio contra las creencias propias (o ajenas, muchas veces) tampoco. Y sin embargo ¿Por qué cambiar?. Y ahí se disparara otra charlar. Y esa dispara una nueva.
Y cada charla cierra su ciclo con un nuevo chiste, con una nueva burla. Pero está bien, y está permitido. Así es el procedimiento de nuestras reuniones (no digo de mi grupo de amigos, aunque es una buena especie de sinécdoque). Todos nos sabemos capaces de burlar, y todos merecemos ser burlados.
No importan los temas, ya lo dije. Hasta el sonido de un recital visto hace un tiempo puede ser presa para estos leones pseudo-filósofos en los que nos convertimos cuando hablamos.
Porque el aperitivo es ese: hablar. Pero no hablar gratis. Cada palabra que se pronuncia encuentra un eco que la ratifica o la rectifica. Y cada eco cachetea la charla hacia una buena y nueva dirección.
Y así, con las aceitunas bajando, y los quesos acompañando panes y bondiolas, los temas se analizan, se escurren, se seccionan... y hasta se les practican autopsias, cuando las charlas, por un nuevo golpe de alguno, nos lleva al mismo punto de partida: "Che... ¿en serio tomaste nada más que gaseosa?".
Es así, así fue desde que recuerdo. Y así será siempre. Aún cuando no tengamos más aceitunas negras...
El sábado pasado nos volvimos a reunir (como si no nos viéramos nunca... je) con los chicos de la secundaria. Y fue así. Fue por el hecho de que queríamos estar. Ni más ni menos. Había picada, es cierto, y los seis que estábamos (siempre hay alguno que no puede llegar) nos reunimos en torno de los salamines, el queso y las aceitunas, lo admito. Pero no importaba comer. Daba lo mismo que hubiera pizza, o sandwiches de miga. Porque el amigo comparte, así hubiera sólo un mísero pan árabe para comer. La razón para estar ahí era saber cómo estaban los demás.
Y así, entre rodajas de panes y fetas de embutidos, la charla pasa por todos los tópicos: no hace falta que sea un tema importante; la importancia, la relevancia de un tema es algo que va saliendo con el andar de la charla, con el correr del frasco de aceitunas hacia su inexorable fin.
Entonces, el que uno de nosotros no haya tomado una cerveza en la cena (a pesar de ser un hábito casi religioso) para agradarle a alguien del sexo opuesto, es el puntapié para analizar el cambio. Y analizarlo en todos sus aspectos.
El cambio por el simple hecho de cambiar no está bien visto. El cambio contra las creencias propias (o ajenas, muchas veces) tampoco. Y sin embargo ¿Por qué cambiar?. Y ahí se disparara otra charlar. Y esa dispara una nueva.
Y cada charla cierra su ciclo con un nuevo chiste, con una nueva burla. Pero está bien, y está permitido. Así es el procedimiento de nuestras reuniones (no digo de mi grupo de amigos, aunque es una buena especie de sinécdoque). Todos nos sabemos capaces de burlar, y todos merecemos ser burlados.
No importan los temas, ya lo dije. Hasta el sonido de un recital visto hace un tiempo puede ser presa para estos leones pseudo-filósofos en los que nos convertimos cuando hablamos.
Porque el aperitivo es ese: hablar. Pero no hablar gratis. Cada palabra que se pronuncia encuentra un eco que la ratifica o la rectifica. Y cada eco cachetea la charla hacia una buena y nueva dirección.
Y así, con las aceitunas bajando, y los quesos acompañando panes y bondiolas, los temas se analizan, se escurren, se seccionan... y hasta se les practican autopsias, cuando las charlas, por un nuevo golpe de alguno, nos lleva al mismo punto de partida: "Che... ¿en serio tomaste nada más que gaseosa?".
Es así, así fue desde que recuerdo. Y así será siempre. Aún cuando no tengamos más aceitunas negras...
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Cosas de mi vida,
Gustos y disgustos,
Ishbin el amplio
jueves, 3 de enero de 2008
Lady M.
Lady Mermeladita es una princesa sin reino oficial. Y es princesa por decisión propia: ella sabe que puede ser una reina, pero no quiere perfiles altos.
Lady Mermeladita no tiene tiempo para amores truncos, ni romances pasajeros. Es una de las mujeres que ama con cuerpo y alma, y que se sabe más allá de los desenfrenos.
Es una mujer que corre libre como casi ninguna otra, pero que a la vez está atada a la persona que es. Vive siempre despacio, saboreando el gusto de las cosas, dedicándole el tiempo que cada una merece.
Lady Mermeladita es la última sobreviviente de las mujeres con poesía. Es una guerrera de la metáfora, es imagen pura.
Es la cocinera de manjares y delicias, sin dejar de lado la sal de la vida.
Es, Lady Mermeladita, una luz de faro en noche cerrada, un astrolabio dorado que roza mi norte.
Lady Mermeladita sale a caminar sin rumbo, pero sin perderse nunca. Camina mirando el sol, sin cegarse, de cara a sus rayos.
Lady Mermeladita "es"... y con eso basta. El mundo debería estar agradecido y rogar para que existan más como ella.
Claro... eso es casi imposible
Lady Mermeladita no tiene tiempo para amores truncos, ni romances pasajeros. Es una de las mujeres que ama con cuerpo y alma, y que se sabe más allá de los desenfrenos.
Es una mujer que corre libre como casi ninguna otra, pero que a la vez está atada a la persona que es. Vive siempre despacio, saboreando el gusto de las cosas, dedicándole el tiempo que cada una merece.
Lady Mermeladita es la última sobreviviente de las mujeres con poesía. Es una guerrera de la metáfora, es imagen pura.
Es la cocinera de manjares y delicias, sin dejar de lado la sal de la vida.
Es, Lady Mermeladita, una luz de faro en noche cerrada, un astrolabio dorado que roza mi norte.
Lady Mermeladita sale a caminar sin rumbo, pero sin perderse nunca. Camina mirando el sol, sin cegarse, de cara a sus rayos.
Lady Mermeladita "es"... y con eso basta. El mundo debería estar agradecido y rogar para que existan más como ella.
Claro... eso es casi imposible
miércoles, 2 de enero de 2008
El camello y la aguja
Tal vez no sea muy lógico todo esto. Tal vez las razones se escapen de las manos cuando uno quiera explicar. Uno siente. Y si siente, uno expresa. Pero es muchísimo más simple expresar que sentir.
Es mucho más fácil decir "te quiero" que realmente querer. Porque el sentimiento es complejo, y las palabras, maleables y falsables.
Será por eso, quizá, que en el mundo sobran palabras de amor, y falta gente que se desviva por amar.
Hay una excepción a todo esto: Es mucho más simple lastimar que decir "te lastimo". Aunque se lastime diciendo. Uno muchísimas veces no es consciente de sus actos. Y muchas veces, tenemos influencias sobre la gente, mucho más allá de lo que creemos.
Es tan fácil pasar del amor al odio, que asusta. Es más, estoy tentado a decir que es todavía más simple el odiar a alguien que alguna vez se amó. El sentimiento se magnifica. El encono es mucho mayor cuando quisimos.
Me lastimás... te lastimo.
Es que nos queremos demasiado.
Después de todo, sólo un idiota busca la lógica en los rincones del corazón humano...
(Y no, no estoy pensando en Palla)
Es mucho más fácil decir "te quiero" que realmente querer. Porque el sentimiento es complejo, y las palabras, maleables y falsables.
Será por eso, quizá, que en el mundo sobran palabras de amor, y falta gente que se desviva por amar.
Hay una excepción a todo esto: Es mucho más simple lastimar que decir "te lastimo". Aunque se lastime diciendo. Uno muchísimas veces no es consciente de sus actos. Y muchas veces, tenemos influencias sobre la gente, mucho más allá de lo que creemos.
Es tan fácil pasar del amor al odio, que asusta. Es más, estoy tentado a decir que es todavía más simple el odiar a alguien que alguna vez se amó. El sentimiento se magnifica. El encono es mucho mayor cuando quisimos.
Me lastimás... te lastimo.
Es que nos queremos demasiado.
Después de todo, sólo un idiota busca la lógica en los rincones del corazón humano...
(Y no, no estoy pensando en Palla)
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