El vaso estaba servido y sentadas a la mesa dos o tres sombras anónimas que divagaban en una charla con cierto aire intelectual. Mientras tanto, mi mirada sigilosa iba captando lo que me rodeaba.
El ventilador de techo hacía intermitente la luz en una atmósfera de humo y calor. Las luces de la calle parecían ajenas a la escena.
El primero de los arlequines (uno gordo y con el tiempo encima), se levantó a cerrar la ventana. El segundo, más flaco y calvo, rebuscaba en su bolsillo, tratando de encontrar un nuevo cigarrillo. El tercero, joven y sereno, tenía la mirada perdida.
Ahí era el tiempo. De un movimiento preciso tomé el vaso (el licor que estaba dentro no parecía muy sano). Miré alrededor y me mojé los labios. Desde ese entonces me hice adicto. Y quería más.
Pero ingenuo como siempre, caí en la trampa.
Una estruendosa carcajada se oyó detrás de mí. El gordo se había dado cuenta. El frío del acero en mi nuca era casi tan amenazador como las miradas de los otros dos, que ya habían vuelto a este mundo. Y sus palabras…
-“¡Ay, pendejo..! ¡Como si no supieras que tendrías que haber arrastrado el culo un poco más! Sabemos que preferís la merca ya empaquetada. ¡Qué boludo sos!” Mezclaba el gordo y me daba a cortar.
Yo miraba todo. Los tres mercaderes me rodeaban. La vida se me extinguía, podía sentirlo. Aunque…
De repente, las sirenas inundaron la habitación. La voz del megáfono era clara. ¡Verdad o consecuencia mi amor!
Toda la calma se convirtió rápidamente en un quilombo de gran alcance. Las balas comenzaban a silbar.
Todo confuso. Gritos, tiros, todo en una.
A lo lejos, los bigotudos tiraban, quién sabe si bien o mal.
Entonces un grito. Y ahí como si nada, el gordo en el piso, sintiendo que la vida se le iba por el agujero en la frente. Me clavó la vista: “Pendejo, todo esto es por vos...” Y cruzó la raya. Así nomás.
Los otros dos, cagados como lombrices, tiraron los fierros y murieron por voluntad propia.
Pensé rápido, corrí aún más. Me pareció sentir el auto detrás de mí.
Llegué y llamé a la puerta. Allí salió ella, con sus grandes ojos marrones y su cara de asombro. Me abrigué en su pecho.
Esa noche dormí entre sus piernas, meditando.
Ahora sabía cómo iba a terminar. Viejo, gordo y con un tiro en la sien.
1 comentario:
Buenisimo policial!!!!!! tus finales son lo que más me gusta, son perfectirijillos =O
Fue.. te voy a editar .z.
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