El bosque está oscuro, aún cuando todavía es de día. A lo lejos, se siente un río correr, pero desde el camino en que estoy no llego a verlo. Por entre las ramas de los árboles ya casi desnudos veo un cielo claro.
Sólo escucho el río a lo lejos, mis pasos y los latidos de un corazón, que instintivamente relaciono con el mío, aunque puede no ser.
Huelo a jazmines. Sé que no son jazmines, es otra flor, pero nunca recuerdo el nombre. Ni siquiera cómo luce. Por eso siempre asocié ese olor a los jazmines. Jazmines como los que tenía mi abuela en una maceta de lata en la terraza de mi casa cuando yo era un chico.
Y de repente, soy un chico otra vez.
Sé que no tengo peso sobre mis espaldas, y que mis ojos todavía están bañados por la inocencia, y vírgenes de la melancolía de la edad.
Mis pasos son ahora más cortos, pero no por eso menos seguros, ni menos veloces. De hecho, los árboles a mi lado siguen pasando a la misma velocidad.
Miro mis manos sucias. Estuve jugando, de eso estoy seguro. Y sin embargo, ese corazón que escucho no late con fuerza, sino más bien calmo, como destilando paz.
Las hojas ocres del piso tampoco hacen ruido al pisarlas. "Cosa rara", pienso. Pero al ser tan niño sólo lo pienso, y no lo digiero. El mundo es mucho más importante sin analizar tanto. Cualquier ventana nos puede parecer otra dimensión.
El olor a jazmines está cada vez más presente. Sin embargo, el bosque sigue siendo el mismo.
El agua a lo lejos fluye, y la siento como si estuviera en mi piel. Siento que me refresco, a pesar de que no hace calor. Siento las caricias del viento, pero imagino que es el río que me baña.
Vuelvo a tener el pelo largo, como lo tenía antes de empezar el colegio secundario. Siento una mano firme, pero suave, que lo acaricia. Sin embargo, el bosque sólo me tiene a mí como visitante. Al darme vuelta, sólo veo mis huellas, como pequeños mojones de vida.
Parpadeo.
Seguramente hasta este momento venía parpadeando, sin embargo, esta vez es algo más especial. El parpadeo es mucho más lento, y por lo tanto mucho más perceptible.
Al abrir los ojos vuelvo a ser yo, el yo de ahora. El que puede volcar las letras un poco más ordenadas que ese niño-boceto-del-hombre-que-es-hoy.
Entonces veo mis manos una vez más. Están limpias. Ya no es un juego lo que estuve viviendo. Ahora es en serio. Siento los ojos más cansados, pero la mirada vivaz, que se resiste a perder esa inocencia cada vez más pequeña.
Vuelvo a sentir la mano del viento. No puede ser nadie más. El bosque sigue estando sólo conmigo. Miro atrás, y las huellas están más espaciadas, y son más grandes. Pero siguen siendo mías.
El olor a jazmín me abraza, me envuelve... me devuelve...
Despierto.
El sueño de anoche fue extraño. Fue tranquilo, placentero.
Siento en su (tu) pecho el latir de su (tu) corazón.
Muevo su (tu) mano de mi cabeza, y la (te) veo dormir.
Le (te) doy un beso, y salgo a mi (nuestra)verdadera vida, a mi (nuestra)vida conciente.
En el aire hay un leve olor a jazmines...
Sólo escucho el río a lo lejos, mis pasos y los latidos de un corazón, que instintivamente relaciono con el mío, aunque puede no ser.
Huelo a jazmines. Sé que no son jazmines, es otra flor, pero nunca recuerdo el nombre. Ni siquiera cómo luce. Por eso siempre asocié ese olor a los jazmines. Jazmines como los que tenía mi abuela en una maceta de lata en la terraza de mi casa cuando yo era un chico.
Y de repente, soy un chico otra vez.
Sé que no tengo peso sobre mis espaldas, y que mis ojos todavía están bañados por la inocencia, y vírgenes de la melancolía de la edad.
Mis pasos son ahora más cortos, pero no por eso menos seguros, ni menos veloces. De hecho, los árboles a mi lado siguen pasando a la misma velocidad.
Miro mis manos sucias. Estuve jugando, de eso estoy seguro. Y sin embargo, ese corazón que escucho no late con fuerza, sino más bien calmo, como destilando paz.
Las hojas ocres del piso tampoco hacen ruido al pisarlas. "Cosa rara", pienso. Pero al ser tan niño sólo lo pienso, y no lo digiero. El mundo es mucho más importante sin analizar tanto. Cualquier ventana nos puede parecer otra dimensión.
El olor a jazmines está cada vez más presente. Sin embargo, el bosque sigue siendo el mismo.
El agua a lo lejos fluye, y la siento como si estuviera en mi piel. Siento que me refresco, a pesar de que no hace calor. Siento las caricias del viento, pero imagino que es el río que me baña.
Vuelvo a tener el pelo largo, como lo tenía antes de empezar el colegio secundario. Siento una mano firme, pero suave, que lo acaricia. Sin embargo, el bosque sólo me tiene a mí como visitante. Al darme vuelta, sólo veo mis huellas, como pequeños mojones de vida.
Parpadeo.
Seguramente hasta este momento venía parpadeando, sin embargo, esta vez es algo más especial. El parpadeo es mucho más lento, y por lo tanto mucho más perceptible.
Al abrir los ojos vuelvo a ser yo, el yo de ahora. El que puede volcar las letras un poco más ordenadas que ese niño-boceto-del-hombre-que-es-hoy.
Entonces veo mis manos una vez más. Están limpias. Ya no es un juego lo que estuve viviendo. Ahora es en serio. Siento los ojos más cansados, pero la mirada vivaz, que se resiste a perder esa inocencia cada vez más pequeña.
Vuelvo a sentir la mano del viento. No puede ser nadie más. El bosque sigue estando sólo conmigo. Miro atrás, y las huellas están más espaciadas, y son más grandes. Pero siguen siendo mías.
El olor a jazmín me abraza, me envuelve... me devuelve...
Despierto.
El sueño de anoche fue extraño. Fue tranquilo, placentero.
Siento en su (tu) pecho el latir de su (tu) corazón.
Muevo su (tu) mano de mi cabeza, y la (te) veo dormir.
Le (te) doy un beso, y salgo a mi (nuestra)verdadera vida, a mi (nuestra)vida conciente.
En el aire hay un leve olor a jazmines...